Belinda Lema Cachinell, PhD. - Daniel Zaldívar Almarales, Lic.
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Vol.7 No.1, ISSN 1390-9789, junio, 2025
de aprendizaje. De acuerdo con Panadero et al. (2018), las tecnologías digitales amplifican este potencial
al ofrecer mecanismos interactivos, analíticas de progreso en tiempo real y recursos adaptativos.
Sin embargo, para que estas herramientas cumplan su función pedagógica, deben ser implementadas
dentro de un marco metodológico intencional y coherente. En el caso del proyecto evaluado, aunque se
contempló el uso de actividades evaluativas dentro de los objetos de aprendizaje, no se ha registrado la
implementación de instrumentos de evaluación cualitativa como rúbricas, listas de cotejo, diarios reflexivos
o esquemas de coevaluación y autoevaluación. Esta omisión representa una oportunidad perdida para
fortalecer la metacognición y la autonomía del estudiante, elementos clave en contextos de aprendizaje
técnico profesional.
Como advierten Andrade y Brookhart (2019), la evaluación formativa eficaz no es una función automática
de la tecnología, sino el resultado de una planificación pedagógica deliberada, que articula objetivos de
aprendizaje, indicadores claros de logro, y oportunidades múltiples de retroalimentación dialógica. La
ausencia de estos elementos no solo limita el valor de las herramientas digitales, sino que refuerza una
cultura evaluativa tradicional basada en la medición de resultados finales y no en el acompañamiento de
procesos.
Para avanzar hacia una evaluación significativa, se propone incorporar prácticas de evaluación
participativa, integradas en la planificación curricular desde el diseño de los módulos interactivos.
Asimismo, es necesario formar a los docentes en evaluación auténtica y reflexiva, que valore no solo lo
que el estudiante “sabe”, sino también cómo lo construyó, con qué recursos, en qué contexto y desde qué
posicionamiento ético. La evaluación formativa, bien diseñada, no solo valida aprendizajes: también
empodera al estudiante como sujeto activo de su formación.
Sostenibilidad e institucionalización de la innovación
Más allá del entusiasmo inicial, toda innovación educativa enfrenta un momento crítico: su sostenibilidad.
Es decir, su capacidad de permanecer, adaptarse, consolidarse y evolucionar dentro del ecosistema
institucional. Michael Fullan (2007) sostiene que una innovación es sostenible cuando se transforma en
conocimiento institucional, genera capacidades organizacionales nuevas y produce cambios reales en la
cultura docente. No se trata, entonces, de que el proyecto finalice exitosamente según el cronograma, sino
de que sus aprendizajes se conviertan en referencia estructural para futuras decisiones formativas.
En el proyecto “Implementación Tecnológica para la Automatización del Proceso de Enseñanza para el
Aprendizaje Técnico Profesional en UF”, si bien se alcanzaron altos niveles de ejecución presupuestaria y
técnica (88,11%), los datos cualitativos reflejan una fragilidad institucional significativa: ausencia de
productos académicos, falta de sistematización del proceso, nula participación en redes de innovación y
escasa retroalimentación externa. Este escenario revela una innovación con alta inversión, pero baja
capitalización pedagógica.
Como advierte Schleicher (2020), una innovación educativa no puede consolidarse si no se sistematiza, se
comparte y se vincula a las políticas institucionales de formación y mejora continua. En este caso, el
proyecto no generó memoria institucional, ni documentos que permitan replicar, adaptar o escalar la
experiencia. Esto pone en riesgo su replicabilidad, su impacto y su proyección estratégica.
Desde una mirada crítica, este tipo de experiencias evidencia una lógica de “proyectos desconectados”,
donde se ejecutan intervenciones valiosas, pero aisladas, sin diálogo con el modelo pedagógico
institucional ni con los planes estratégicos de desarrollo docente. Para lograr sostenibilidad, se requiere
una visión institucional articulada, con líneas de investigación, comunidades de aprendizaje docente,
incentivos para la publicación académica, y mecanismos de evaluación interna y externa de impacto.
En definitiva, la sostenibilidad de la innovación no puede depender del entusiasmo individual ni de la
disponibilidad momentánea de recursos. Requiere estructuras, políticas y cultura organizacional orientadas
al cambio pedagógico profundo. Solo entonces será posible pasar de una “experiencia interesante” a un
verdadero proceso de transformación educativa con proyección sistémica.
CONCLUSIONES
La revisión teórica y el análisis crítico del proyecto “Implementación Tecnológica para la Automatización
del Proceso de Enseñanza para el Aprendizaje Técnico Profesional en UF” permiten afirmar que la
simulación digital representa una oportunidad significativa para transformar la educación técnica, siempre
que su uso esté articulado con marcos pedagógicos sólidos, procesos reflexivos de formación docente,
sistemas de evaluación auténtica y estrategias institucionales de sostenibilidad. Herramientas como
Articulate 360 ofrecen potencial para dinamizar la enseñanza, facilitar entornos de práctica situada y