Irma Orozco Fernández, PhD. - Marta Lema Cachinell, PhD- Celida Gómez Sánchez ,MSc.
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Vol.7 No.1, ISSN 1390-9789, junio, 2025
Introducción
La educación técnica ha sido tradicionalmente concebida como una modalidad eminentemente
práctica, centrada en la adquisición de habilidades laborales y competencias operativas de corto plazo. Sin
embargo, en las últimas décadas, esta visión ha evolucionado significativamente. La irrupción de las
tecnologías digitales en la educación ha reformulado los procesos de enseñanza-aprendizaje, obligando a
las instituciones de formación técnica a integrar nuevos dispositivos y plataformas —simuladores, realidad
aumentada, pizarras interactivas, entornos virtuales— como parte de sus propuestas formativas. Este
viraje, no obstante, ha traído consigo no solo oportunidades, sino también tensiones epistemológicas y
desafíos pedagógicos que deben ser abordados desde una mirada crítica y situada.
En este marco, el Instituto Superior Tecnológico de Formación Profesional Administrativa y
Comercial de Guayaquil desarrolló durante 2024 un ambicioso proyecto de dotación de pantallas digitales
interactivas para los salones de clase. A primera vista, la experiencia parece exitosa: se cumplieron los
plazos, se instalaron los equipos, se generaron contenidos básicos y se adecuaron los espacios físicos.
Sin embargo, un examen más profundo permite identificar una serie de omisiones estructurales que limitan
el impacto real de la iniciativa: ausencia de sistematización académica, falta de evaluación pedagógica y
una débil articulación entre tecnología, currículo y formación docente. Este trabajo argumenta que la
verdadera innovación educativa no puede limitarse a la implementación tecnológica; debe implicar
apropiación pedagógica, análisis sistemático de resultados y una inserción ética en procesos inclusivos,
colaborativos y reflexivos. Autores como Freire (1970) y Giroux (2013) han advertido que toda práctica
educativa, incluso la más aparentemente neutra, está cargada de intencionalidades ideológicas, relaciones
de poder y visiones de mundo. Desde esta óptica, la incorporación de tecnología en el aula no es un acto
meramente técnico ni administrativo, sino profundamente político: implica definir qué se enseña, cómo se
enseña y con qué fines. En consecuencia, la tecnología no transforma por sí sola; son las prácticas
pedagógicas, los marcos teóricos y las decisiones institucionales las que determinan su impacto formativo.
Como sostiene Salinas (2004), la innovación educativa no debe ser entendida como una simple adopción
de medios, sino como una transformación profunda de las estructuras didácticas, los métodos de
enseñanza, los roles docentes y las relaciones entre conocimiento y poder.
Uno de los problemas más comunes en los proyectos tecnológicos en educación es la escasa
evaluación del impacto real sobre los aprendizajes. Muchas veces, se celebran como éxitos institucionales
aquellas iniciativas que cumplen con lo logístico y operativo, pero que carecen de indicadores
pedagógicos, sistematización rigurosa o validación académica externa. Esta ausencia de evidencia debilita
la legitimidad de los proyectos y dificulta su escalabilidad o replicabilidad en otros contextos (Cabero &
Llorente, 2015). Investigaciones recientes en América Latina, como las de López y Pérez (2020), advierten
que gran parte de las innovaciones tecnológicas implementadas en instituciones de la región terminan
abandonadas o subutilizadas por falta de acompañamiento pedagógico, seguimiento formativo y
producción de conocimiento sistemático.
Según los informes internos revisados, el proyecto de digitalización logró ejecutar en su totalidad
los componentes técnicos previstos para el primer semestre de 2024: análisis de mercado, adquisición e
instalación de pantallas digitales, elaboración de contenidos básicos y adecuación de aulas. No obstante,
el indicador de evaluación global se ubicó en apenas un 59,53 %, debido a la falta total de productos
académicos derivados de la experiencia: no se generaron informes técnicos, artículos, ponencias ni
publicaciones que permitieran compartir aprendizajes o reflexionar sobre el proceso. Este desajuste entre
ejecución técnica y producción académica es una señal clara de que la innovación no fue acompañada por
una estrategia de sistematización ni por una cultura de validación del conocimiento pedagógico generado.
A ello se suma una omisión aún más significativa: la falta de ejecución del componente de formación
docente, a pesar de estar presupuestado. Múltiples estudios han demostrado que el éxito de cualquier
innovación tecnológica en educación depende en gran medida del nivel de formación, compromiso y
apropiación crítica por parte del cuerpo docente (Barberá et al., 2021). No se trata únicamente de enseñar
a "usar la herramienta", sino de formar en las implicaciones didácticas, los posibles reencuadres
metodológicos y los criterios de evaluación asociados. En ausencia de esta formación crítica, las pantallas
corren el riesgo de convertirse en un elemento decorativo o en un soporte para prácticas pedagógicas
tradicionales, digitalizadas pero no transformadas.