Octavio Loyola Alvarado, Msc. y Mercedes Macías Macía, MSc.
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Vol.7 No.1, ISSN 1390-9789, junio, 2025
la educación inclusiva debe procurar atender a las necesidades individuales del alumnado, especialmente
a aquellos con necesidades educativas específicas, asociadas o no a una discapacidad, pues
históricamente, de los excluidos, ellos han sido los más olvidados, los ocultados, los segregados, los
castigados.
El Modelo ChanGo procura que las instituciones educativas se transformen de manera integral para
ofrecer una educación de calidad, a través de la mejora de la infraestructura, la implementación de
metodologías activas y la participación comunitaria (Perugachi y Naranjo, 2024). Se destaca por su
enfoque integral en el desarrollo de los estudiantes. Fomenta talleres experienciales, rincones para
aprender diversas actividades manuales y académicas, y el uso de elementos de su entorno. Se concentra
en evaluaciones iniciales, cualitativas, incluyendo observaciones.
ChanGo permite adaptar los métodos de enseñanza y los materiales educativos para satisfacer las
necesidades individuales de cada estudiante. Por ejemplo, un niño con TEA que tiene dificultades con la
comunicación verbal puede beneficiarse de estrategias que incluyen el uso de pictogramas, herramientas
tecnológicas adaptadas o la enseñanza basada en intereses específicos del niño. Este modelo “fomenta la
participación activa de todos los actores educativos, promueve la identidad cultural, fortalece los lazos
sociales y contribuye al desarrollo integral de las y los estudiantes” (Perugachi y Naranjo, 2024, p. 577)
El modelo ChanGo hace énfasis en la personalización del aprendizaje, lo que es esencial para los niños
con diversidad funcional, incluyendo los niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA), quienes tienen
necesidades y habilidades únicas. “Las tutorías comunicativas proporcionan espacios para la expresión de
opiniones y el diálogo, fomentando así habilidades de comunicación efectiva. A su vez, el aprendizaje por
ambientes crea entornos organizados que promueven la interacción y la colaboración entre estudiantes,
fortaleciendo sus habilidades sociales” (Perugachi y Naranjo, 2024, p. 575). Estas actividades están
diseñadas para ser inclusivas y adaptativas, permitiendo a los niños con TEA participar y aprender a su
propio ritmo, en un entorno seguro y comprensivo:
“Si bien, dentro del modelo pedagógico ChanGo no existen componentes expresos para el trabajo con
niñas y niños con discapacidad, la versatilidad de las metodologías activas, como las tutorías
comunicativas, las asambleas y los talleres experienciales, han posibilitado las adaptaciones para que los
docentes puedan trabajar y desarrollar habilidades fundamentales para ellos” (Perugachi y Naranjo, 2024,
p. 574). El modelo ChanGo reconoce la importancia de la motivación y de una colaboración estrecha entre
la escuela, las familias, los líderes comunitarios, voluntarios y otros profesionales. Para los niños con TEA,
esta colaboración es crucial para mejorar la efectividad de las intervenciones y promover su desarrollo
integral.
El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es una condición neurobiológica que afecta a millones de
personas alrededor del mundo. Este trastorno es un tema de gran complejidad en el ámbito académico y
clínico. Para Morrison (2015), “el trastorno del espectro autista (TEA) es un trastorno heterogéneo del
neurodesarrollo con grados y manifestaciones muy variables que tiene causas tanto genéticas como
ambientales. Suele reconocerse en una fase temprana de la niñez y persiste hasta la edad adulta” (p.26).
La edad exacta para un diagnóstico adecuado varía según los expertos. Investigaciones recientes
sugieren que, aunque el TEA puede ser identificado de manera fiable a partir de los 2 años, muchos niños
no son diagnosticados hasta la edad escolar o incluso más tarde. Los síntomas sutiles, como las
dificultades en la interacción social, pueden no ser evidentes hasta que el niño se enfrenta a las demandas
sociales y académicas de la escuela. Estos son factores que dificultan un diagnóstico temprano y hace
que muchos profesionales aseguren que un diagnóstico fiable se da a partir de los tres años. Sobre esto
Bonilla y Chaskel (2016) mencionan que:
“El principal reto del diagnóstico clínico se basa en la detección temprana de los síntomas para poder
brindar al paciente un enfoque terapéutico de mayor impacto. Para el autismo, estas manifestaciones
pueden aparecer en los primeros meses de vida; sin embargo, el diagnóstico no se realiza generalmente
antes de los 24 meses. Los signos clínicos tempranos pueden incluir desde retraso en algunos patrones
del desarrollo a otros síntomas subjetivos, como pueden ser el contacto visual o la reciprocidad emocional
con los cuidadores” (p. 22).
Los síntomas del TEA pueden variar considerablemente, lo que ha llevado a la noción de un espectro de
trastornos. Según Bonilla y Chaskel (2016), “el trastorno del espectro autista varía ampliamente en
gravedad y síntomas e incluso puede pasar sin ser reconocido, especialmente en los niños levemente
afectados o cuando se enmascara por problemas físicos más debilitantes” (p.22). Los niños con TEA