Análisis de la deserción estudiantil y estrategias para incrementar la retención en instituciones de educación
superior.
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Vol. 12 No. 1, ISSN 1390-9789, abril, 2024
INTRODUCCIÓN
La educación superior contemporánea, desde el ámbito mundial, está dirigida a lograr nuevos
conocimientos socializando los saberes para así ir generando respuestas a las nuevas demandas
educacionales que se presentan en este siglo. Por tanto, las instituciones de educación superior están
destinadas, en consecuencia, a tener un papel fundamental en la perspectiva de una sociedad del
conocimiento, sobre todo si pueden llevar a cabo cambios fundamentales en sus modelos de formación,
de aprendizaje y de innovación (Tünnermann, 2013).
El sistema educativo, y más aún el sistema de educación superior en particular, en un intento de
reaccionar a las demandas y las presiones cada vez mayores de sus partes interesadas, se encuentra
en un entorno orientado al mercado, con clientes internos y externos; en donde "deleitar al cliente" es
la regla para la supervivencia a largo plazo. (Sahney et al.,2004). Por un lado, la presión de los
estudiantes que demandan servicios educativos de calidad, altamente especializados y actualizados
para responder a las exigencias de una sociedad de conocimiento y, por otro lado, la demanda de los
docentes por herramientas que permitan brindar una educación de calidad. Los procesos de
mejoramiento de la calidad dentro de las universidades exigen nuevos modelos de gestión y
organización institucional, con el fin de mantener un progresivo nivel de gobernabilidad en las
universidades, convirtiéndola en un componente de ejecución y coordinación institucional, impulsando
la adquisición de planes de mejoramiento continuo de la calidad, basados en un liderazgo dentro de
cada institución para la conducción de sus objetivos y ejecución de su misión (Lemaitre, 2005).
El concepto de calidad educativa vinculada a la educación exitosa puede ser abordado desde varias
perspectivas. Diferentes modelos de educación enfocan la calidad desde líneas antagónicas, por un
lado, la escuela como el lugar o espacio de lucha política que combate por configurar la calidad como
problemática social para así justificar la consecución de políticas educativas determinadas; por otro,
problemas objetivos identificados en los procesos formativos, las deficiencias en el aprendizaje de los
estudiantes, condiciones vulnerables en los ambientes de aprendizaje y perfiles no idóneos de los
profesores en servicio. En ese sentido, el análisis del concepto de calidad ocupa tal presencia en la
educación que es difícil de sustituir, sin embargo, no es posible atender el término sólo desde los
discursos educativos en sus múltiples dimensiones: pedagógicas, sociológicas, psicológicas, históricas
y políticas, si primero no se califica como problemática de análisis social.
El reto de configurar la calidad educativa como problemática social y, con ello, implementar política
pública para su solución ha dado origen a la distinción de dos dimensiones altamente vinculadas; la
dimensión técnica y la teórica. La primera define las categorías a ser incluidas como parte de la
problemática y los componentes para su seguimiento, evaluación y toma de decisiones de acuerdo al
resultado. Como parte de tal dimensión se diseñan, clasifican y jerarquizan los diferentes indicadores
como eficiencia, eficacia, pertinencia, relevancia y equidad a fin de determinar la cercanía o lejanía de
lo que se ha determinado como bueno. La segunda ubica a la calidad como problema teórico, el cual
coloca a la educación como elemento constitutivo de la justicia social; la calidad desde este enfoque
establece niveles de logro no para producir desigualdad, sino para identificar la existente al interior del
sistema educativo (Plá, 2018).
Actualmente, los procesos de acompañamiento han cobrado peso en las últimas décadas debido a la
centralidad que los estudiantes han adquirido como reales protagonistas del proceso educativo. El perfil
del estudiante de educación superior, en la actualidad, es muy heterogéneo; aspectos como: la edad
de ingreso a la educación superior, la condición económica, la calidad de la formación previa, el nivel
de desarrollo de sus habilidades, las expectativas sobre la educación superior, entre otros, influyen
significativamente en la trayectoria estudiantil de una persona (Ferreyra, et al., 2017).
Todos estos aspectos hacen que sea indispensable la implementación de acciones definidas y
estrategias orientadas hacia la motivación estudiantil y la potencialización de sus habilidades para que
el proceso formativo se adapte a sus requerimientos y necesidades. Crear este tipo de estrategias o
acciones no solo será en beneficio del estudiante sino también de la institución educativa, que verá
reflejada la efectividad de sus acciones en el aumento de la tasa de retención y, por consiguiente, en
la disminución de la deserción.