Pilares invisibles de la educación inclusiva: sus perspectivas  
lingüística y axiológica  
Invisible pillars of inclusive education: its linguistic and axiological  
perspectives  
Rafael Félix Bell Rodríguez, PhD.  
Instituto Superior Tecnológico de Formación, Ecuador  
https://orcid.org/0000-0002-0255-642X  
María Teresa García Eligio de la Puente, PhD.  
Instituto Superior Tecnológico de Formación, Ecuador  
Palabras claves: Educación inclusiva, lingüística, axiología, valores,  
Recibido: 28 de septiembre de 2025  
lenguaje inclusivo.  
Keywords: Inclusive education, linguistics, axiology, values, inclusive  
Aceptado: 22 de noviembre de 2025  
language.  
RESUMEN  
La educación inclusiva es abordada desde diversas perspectivas entre las que se incluyen la  
pedagógica, la psicológica, la sociológica y una perspectiva de derechos. En cada una de ellas, se  
enfatizan diversas posturas, propósitos e implicaciones que, en su conjunto, revelan su naturaleza  
compleja y multidimensional como objeto de estudio. Dentro de las diferentes perspectivas, el centro  
de atención de este artículo son las perspectivas lingüística y axiológica. El objetivo es examinar estas  
perspectivas, resaltando el papel del lenguaje, de los valores y del compromiso ético en la creación de  
entornos educativos inclusivos y en la construcción de una realidad educativa que, basada en la  
igualdad, la participación y el respeto, celebre la diversidad y se nutra de su riqueza.  
Se empleó un diseño metodológico de tipo cualitativo. Se utilizaron métodos de nivel teórico, empírico  
y estadístico. Para la recolección de la información se recurrió a la revisión de literatura, en particular,  
de fuentes primarias publicadas en libros y artículos de revistas indexadas. Se definieron palabras  
clave que permitieron seleccionar los textos de mayor relevancia en función del cumplimiento del  
objetivo planteado. Los hallazgos y reflexiones derivadas de la investigación permitieron fundamentar  
sus conclusiones y reforzaron la necesidad de continuar trabajando para que la relación lenguaje,  
compromiso ético y valores, pilares invisibles de la educación inclusiva, se manifieste en  
comportamientos, hechos y acciones que contribuyan a la transformación de la realidad educativa y  
social como premisa para el logro de una sociedad más justa, solidaria y equitativa.  
ABSTRACT  
Inclusive education is approached from diverse perspectives, including pedagogical, psychological,  
sociological, and a rights-based perspective. Each of these emphasizes different positions, purposes,  
and implications that, taken together, reveal its complex and multidimensional nature as an object of  
study. Among these different perspectives, this article focuses on the linguistic and axiological  
perspectives. The objective is to examine these perspectives, highlighting the role of language, values,  
and ethical commitment in creating inclusive educational environments and in constructing an  
educational reality that, based on equality, participation, and respect, celebrates diversity and draws on  
its richness.  
A qualitative methodological design was employed. Theoretical, empirical, and statistical methods were  
used. Data collection involved a literature review, particularly of primary sources published in books and  
indexed journal articles. Keywords were defined to select the most relevant texts for achieving the stated  
objective. The findings and reflections derived from the research provided a foundation for its  
conclusions and reinforced the need to continue working so that the relationship between language,  
ethical commitment and valuesthe invisible pillars of inclusive educationis manifested in behaviors,  
events, and actions that contribute to the transformation of educational and social reality as a  
prerequisite for achieving a more just, supportive, and equitable society.  
INTRODUCCIÓN  
Evidentemente la educación inclusiva es esencial si queremos erigir una sociedad más justa,  
equilibrada y equitativa. Es un proceso que tiene como objetivo fundamental reducir la segregación y/o  
discriminación tan arraigada en la sociedad por muchos años. Se centra en promover valores como  
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Generando Productividad Institucional, diciembre, 2025  
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respeto, aceptación, igualdad, colaboración, reciprocidad, de forma tal que todas y todos los educandos  
alcancen su máximo potencial.  
De esta manera, la educación inclusiva puede ser percibida como un proceso dirigido a identificar y  
responder a la diversidad de las necesidades de todos los estudiantes, a través de su acceso y  
participación en el aprendizaje, las culturas y las comunidades (Otero, 2023).  
La misma resulta ser multifacética, y es comprendida desde diversas perspectivas entre las que se  
incluyen la pedagógica (se basa en la premisa de que la educación debe adaptarse a la diversidad de  
los estudiantes, eliminando barreras y desigualdades con el fin de que todos/a los/as alumnos/as  
puedan aprender en igualdad de oportunidades, independientemente de sus orígenes y capacidades);  
la psicológica (apunta fundamentalmente al bienestar emocional, la autoestima, el desarrollo social y  
cognitivo, contribuyendo en la adaptación del aprendizaje de los educandos, teniendo en cuenta las  
necesidades educativas de cada estudiante); la sociológica (que analiza la educación como proceso  
social equitativo, sin barreras, promoviendo comunidades escolares que fortalezcan la convivencia y  
asuman las diferencias como fortalezas para todos y todas); una perspectiva de derechos (al  
considerar un derecho humano fundamental garantizar que todas y todos los estudiantes reciban una  
educación de calidad, que no sean discriminados independientemente de sus características o  
capacidades); entre otras. En cada una de ellas, como puede observarse, se enfatizan diversas  
posturas, propósitos e implicaciones que, en su conjunto, revelan la naturaleza compleja y  
multidimensional de la educación inclusiva como objeto de estudio,  
Esto puede constatarse al abordarla también desde sus perspectivas lingüística y axiológica, que es el  
núcleo en torno al cual se articulan las reflexiones del presente artículo, que tiene como objetivo  
fundamental examinar estas perspectivas (lingüística y axiológica de la educación inclusiva) resaltando  
el papel del lenguaje, de los valores y del compromiso ético en la creación de entornos educativos  
inclusivos y en la construcción de una realidad educativa que, basada en la igualdad, la participación  
y el respeto, celebre la diversidad y se nutra de su riqueza.  
MATERIALES Y MÉTODOS  
La elaboración de este artículo se realizó en el marco de un diseño metodológico de tipo cualitativo.  
Se utilizaron métodos de nivel teórico, empírico y estadístico. Para la recolección de la información se  
recurrió a la revisión de literatura, en particular, de fuentes primarias publicadas en libros y artículos de  
revistas indexadas. Se definieron palabras clave que permitieron seleccionar los textos de mayor  
relevancia para las temáticas objeto de estudio. El método analítico sintético se empleó para la  
valoración de las fuentes seleccionadas, lo que posibilitó la identificación de los principales sustentos  
e implicaciones de los constructos teóricos abordados.  
La lectura crítica inferencial de las fuentes revisadas se convirtió en el punto de partida para la reflexión  
en torno a las perspectivas lingüística y axiológica de la educación inclusiva, pilares invisibles para su  
construcción, que demandan una mayor prioridad en su abordaje y en su materialización en la práctica  
para el logro de la educación inclusiva.  
RESULTADOS  
Los hallazgos de la revisión de literatura realizada reforzaron la importancia de la comprensión de la  
educación inclusiva como una profunda transformación cultural cuya piedra angular es el  
reconocimiento de la diversidad como un valor que nos enriquece a todos.  
En ese sentido, desde una perspectiva lingüística, se afianzó el papel del lenguaje como arquitecto  
principal, muchas veces invisible, de la realidad del aula, con el poder de construir o derribar barreras,  
resaltando cómo las palabras que empleamos dejan su huella en los protagonistas de la experiencia  
educativa.  
El análisis de la perspectiva axiológica reafirmó la importancia del rol del docente, del compromiso  
ético con una cultura escolar basada en valores como la igualdad, la participación y el respeto que  
constituyen un pilar, inmaterial por su naturaleza, pero determinante por su trascendencia, para el logro  
de la educación inclusiva.  
DISCUSIÓN  
Definición y características de la educación inclusiva  
La educación inclusiva dista mucho de ser sinónimo de integración, ya que “integrar” parte de hacer  
una adaptación a lo ya existente, a lo preponderante, a lo hegemónico, a lo que impera, que al final  
segrega y no humaniza. Por tanto, la educación inclusiva no se centra únicamente en la integración  
física de los estudiantes en aulas regulares, sino que implica un proceso que responda a la diversidad  
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del alumnado, garantizando el derecho a participar y tenerlos en cuenta con sus características  
diversas. En este sentido, la inclusión se diferencia de la integración: no busca adaptar al estudiante  
al sistema, sino transformar el sistema educativo para responder a la diversidad.  
Melero, M. (2006, 4) puntualiza que “La educación inclusiva es un proceso para aprender a vivir con  
las diferencias de las personas. Es un proceso de humanización y, por tanto, supone respeto,  
participación y convivencia.”  
De esta forma, podemos afirmar que es un proceso a largo plazo dirigido a cambiar actitudes, políticas  
y prácticas, siendo un proceso dinámico y continuo, orientado a identificar y eliminar barreras que  
limitan el aprendizaje y la participación de todos los estudiantes, con la finalidad de que la diversidad  
del estudiantado pueda tener acceso, participar, progresar y beneficiarse de una educación de calidad  
para todas y todos.  
Diversos estudios (Ainscow, Booth y Dyson, 2006; UNESCO, 2020) sostienen que la inclusión no es  
un estado alcanzado, sino un proceso en permanente desarrollo que implica una revisión constante de  
las prácticas, políticas y culturas escolares para garantizar la participación plena de todo el alumnado.  
En consonancia con ello, la inclusión aspira a alcanzar sus propósitos de manera unificada, evitando  
sistemas paralelos y eliminando la exclusión, la segregación y la discriminación por motivos de  
capacidades, género, etnia, lengua, religión, condición socio económica, edad, estado de salud, entre  
otros.  
Consiguientemente, el propósito central de la inclusión como proceso unificado radica en evitar la  
existencia de sistemas paralelos como, por ejemplo, la educación regular vs. la educación especial  
segregada que históricamente han reforzado la discriminación estructural.  
Estudios en neurociencias y pedagogía (Booth & Ainscow, 2016; Slee, 2018) demuestran que la  
diversidad no es una anomalía para corregir, sino un componente inherente al desarrollo humano que  
enriquece los entornos de aprendizaje. Por tanto, los sistemas educativos inclusivos deben reformular  
sus prácticas institucionales para eliminar las barreras que generan exclusión y segregan a grupos por  
motivos de discapacidad, género, etnia, orientación sexual o condición socioeconómica, entre otros.  
Todo ello refuerza el propósito científico de la inclusión como proceso unificado, que es garantizar la  
equidad, la calidad y la justicia social a través de sistemas que transformen las estructuras  
discriminatorias, fomentando comunidades educativas y sociales donde la diversidad se valore como  
un principio esencial del desarrollo humano.  
El alcance de la inclusión va más allá de la escuela, de la educación formal para abarcar la educación  
no formal (incluye talleres comunitarios, programas deportivos, artísticos, laborales o tecnológicos,  
etc.) y la educación informal (que ocurre de manera espontánea en la vida cotidiana en la familia, las  
redes sociales, los medios de comunicación, el entorno cultural, etc.).  
De tal manera que la inclusión debe entenderse no sólo como una política educativa o una práctica  
pedagógica dentro del sistema escolar, sino como un sistema social complejo que demanda garantizar  
la participación plena y equitativa de todas las personas en los distintos contextos de aprendizaje y  
convivencia humana. Así, la inclusión resulta ser un sistema transversal que se exterioriza en distintos  
subsistemas como el comunitario, familiar, laboral, cultural, etc., por lo que no puede reducirse al  
ámbito escolar formal.  
De igual modo, los enfoques de la psicología sociocultural de L. S. Vygotsky (1978) y de la educación  
inclusiva según la UNESCO (2005, 2020) sostienen que el aprendizaje se produce en múltiples  
entornos sociales y no sólo en la escuela. Entonces, la inclusión debe abordarse como una dinámica  
de equidad y participación en todos los espacios donde las personas se desarrollan y aprenden.  
En consecuencia, la inclusión va más allá de la escuela porque el aprendizaje y la socialización del ser  
humano son procesos continuos y múltiples, que ocurren dentro y fuera de las instituciones educativas.  
Limitarla solo a la escuela sería desconocer la naturaleza sistémica, relacional y social del aprendizaje  
humano.  
También la inclusión es un proceso de naturaleza intersectorial, impulsado por diversos actores y como  
tal es parte vital de un proceso más amplio orientado a desarrollar sociedades inclusivas.  
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De esta forma, podemos afirmar que la inclusión no es una acción aislada, sino es un proceso dinámico,  
estructural y multisectorial, en el que diferentes actores sociales como el Estado, el sector privado, las  
organizaciones civiles, la comunidad, etc. interactúan con el objetivo de alcanzar una participación  
equitativa de todas las personas en la vida social, cultural, económica y política (CEPAL, 2016;  
UNESCO, 2020).  
De acuerdo con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, la inclusión es un componente  
transversal del desarrollo humano sostenible. El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 10 propone  
“reducir las desigualdades dentro y entre los países”, mientras que otros ODS —como el 4 (educación  
de calidad) y el 16 (paz, justicia e instituciones sólidas)refuerzan la idea de que la inclusión requiere  
coordinación interinstitucional y cooperación entre sectores (ONU, 2015).  
Asimismo, Sen (1999) en su enfoque de las capacidades, plantea que el desarrollo inclusivo implica  
ampliar las oportunidades reales de las personas para que puedan ejercer su libertad y participar  
plenamente en la sociedad. Esto solo es posible mediante la acción conjunta de múltiples sectores que  
garanticen condiciones equitativas.  
Por tanto, la inclusión como proceso intersectorial: integra políticas y acciones coordinadas entre  
diferentes sectores; promueve la corresponsabilidad social, al involucrar tanto al Estado como a la  
sociedad civil y el sector privado; es esencial para construir sociedades inclusivas, democráticas y  
sostenibles, donde todas las personas puedan participar y desarrollarse plenamente.  
El proceso continuo de transformación de la educación inclusiva busca eliminar todo tipo de barreras  
y facilitar la plena participación de todos y todas. Para ello se requiere de la integración de diversas  
perspectivas que la fortalezcan y permitan su adecuado desarrollo. Entre ellas, la perspectiva  
lingüística y la perspectiva axiológica adquieren especial relevancia, pues permiten abordar la inclusión  
desde dimensiones importantes. Ambas perspectivas posibilitan una comprensión más profunda de la  
educación inclusiva como un proceso no solo técnico o metodológico, sino también cultural y moral,  
orientado a la formación de comunidades educativas verdaderamente democráticas y pluralistas. Por  
ello nos ocuparemos de inmediato de estas perspectivas.  
Perspectiva lingüística de la educación inclusiva  
El lenguaje no es una herramienta neutral, sino un constructor activo de la realidad social y las  
identidades personales (Ponce Díaz y Riveros Diegues, 2021). Por tal motivo, nos debemos enfocar  
en usar un lenguaje que no discrimine, que sea respetuoso y que visibilice a todas las personas,  
evitando estereotipos y prejuicios de género, etnia, características físicas, condiciones o estatus  
socioeconómico. Esto se traduce en el uso del lenguaje inclusivo, que debe tener en cuenta la  
personalización del lenguaje para adaptarse a las necesidades individuales de cada persona y  
promover la valoración de lenguas y culturas diversas, como las lenguas indígenas, las lenguas de  
señas, los sistemas aumentativos o alternativos de comunicación. por solo mencionar algunas, para  
construir un entorno equitativo y respetuoso.  
Elizabeth Walton (2016), expresa que el lenguaje construye lo que entendemos por “inclusión” y  
también por “exclusión”: los textos, las metáforas y los discursos en contextos educativos configuran  
qué se considera normal, visible o valorado, y qué se convierte en marginado o invisibilizado. De esta  
forma, el lenguaje deja de ser accesorio y adquiere un papel central en la educación inclusiva: no sólo  
teniendo en cuenta qué se dice, sino también cómo se dice y a quién va dirigido.  
La utilización de un lenguaje inclusivo, es decir, un lenguaje que evita estereotipos, jerarquías implícitas  
o explícitas basadas en género, etnia, condición de discapacidad, estatus socioeconómico, orientación  
sexual u otras expresiones de la diversidad, favorece la creación de un clima en el cual todas las  
personas se sienten reconocidas, valoradas y apreciadas. Francis R. AckahJnr, John Appiah y Alex  
Kwao (2022) llevaron a cabo un estudio en educación infantil que muestra cómo el uso de lenguaje no  
inclusivo por parte del profesorado puede limitar la motivación, participación y bienestar emocional de  
los educandos, mientras que el uso de un lenguaje inclusivo lo vinculan con mejores dinámicas de  
aprendizaje y colaboración.  
La perspectiva lingüística también comprende la dimensión discursiva, simbólica y de poder: no basta  
con la accesibilidad curricular o física, sino es necesaria una inclusión simbólica. En palabras de Walton  
(2016), el lenguaje “determina lo que sabemos y entendemos acerca de asuntos relacionados con la  
inclusión/exclusión” en la educación. Esto significa que los materiales didácticos, las interacciones, la  
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formulación de las preguntas, las metáforas utilizadas, la visibilidad de distintas experiencias en el  
discurso y el tipo de lenguaje utilizado, contribuyen a una educación inclusiva de forma más integral.  
Por tanto, para lograr una verdadera inclusión es necesario tener en cuenta el lenguaje como  
herramienta de construcción social, es necesario un discurso que no discrimine ni invisibilice, y se debe  
considerar que el lenguaje contribuya a la equidad, a la visibilidad de todas las personas y a la  
formación de sujetos críticos.  
De esta forma, el lenguaje es considerado como una fuerza creadora y transformadora tanto de la  
realidad como de las identidades personales, ya que a través de él las personas no solo comunican,  
sino que construyen significados, interpretan el mundo y definen su lugar en el mismo. Además, el  
lenguaje influye en la forma en que la realidad es percibida y vivida, configurando estructuras de  
pensamiento, valores y relaciones sociales. Así mismo, el lenguaje moldea las identidades personales,  
pues el modo en que las personas son nombradas y reconocidas incide directamente en la percepción  
que tienen de sí mismos e influye, en última instancia, en la forma que se integran en la sociedad  
(OpenAI, NotebookLM, 2025). En este sentido, emplear un lenguaje inclusivo, respetuoso y consciente  
permite transformar realidades discriminatorias en espacios de reconocimiento y equidad, favoreciendo  
el desarrollo de subjetividades libres y diversas.  
En el marco de la educación inclusiva, el uso de un lenguaje respetuoso, no sexista, accesible y  
culturalmente sensible se convierte en una estrategia indispensable para garantizar la participación  
plena de todas las personas, especialmente de quienes históricamente han sido excluidas o  
silenciadas. Así, el lenguaje no solo refleja la inclusión, sino que la hace posible, al crear espacios  
discursivos donde todas las voces son escuchadas y valoradas.  
Las elecciones lingüísticas influyen de manera decisiva en la trayectoria educativa de niños y jóvenes,  
ya que determinan su acceso al conocimiento, su sentido de pertenencia y el reconocimiento de sus  
identidades culturales y comunicativas. Bourdieu (1991) plantea que el lenguaje constituye una forma  
de capital simbólico que puede legitimar o excluir, de modo que las variedades lingüísticas dominantes  
suelen gozar de prestigio institucional mientras que las lenguas minoritarias o de comunidades  
marginadas se subordinan, generando desigualdades en la experiencia escolar.  
Siguiendo esta línea, Cummins (2000) demostró que la competencia académica de los estudiantes  
bilingües depende del reconocimiento y fortalecimiento de su lengua materna, lo cual repercute  
directamente en su rendimiento y autoestima. En este sentido Vygotsky (1978), puntualiza que el  
lenguaje es mediador del pensamiento y del aprendizaje, y su uso permite desarrollar funciones  
cognitivas superiores mediante la interacción social significativa. Por tanto, el lenguaje es una  
herramienta mediadora fundamental en el desarrollo cognitivo y social, ya que a través de él se  
internalizan los significados culturales.  
De esta forma, el lenguaje tiene una función estructurante que se vincula estrechamente con los  
procesos educativos y sociales, en tanto posibilita la construcción de saberes, identidades y valores  
(OpenAI, NotebookLM, 2025).  
Algunos estudios confirman que las políticas lingüísticas inclusivas reducen las brechas educativas.  
Por ejemplo, García y Wei (2014) destacan que los enfoques “translanguaging[1]” favorecen la  
construcción del conocimiento, al permitir el uso flexible de todas sus lenguas como recursos de  
aprendizaje. Asimismo, investigaciones de Pavlenko y Blackledge (2004) evidencian que la  
legitimación de las lenguas familiares y comunitarias mejora el bienestar psicológico y la identidad  
académica de los alumnos. En el caso de la comunidad sorda, por ejemplo, el reconocimiento de la  
Lengua de Señas como lengua de instrucción tiene un impacto comprobado en la calidad educativa y  
en la equidad. Diversos estudios (Skliar, 1997; Humphries et al., 2014) demuestran que la educación  
bilingüe-bicultural en lengua de señas y lengua escrita potencia el desarrollo cognitivo, lingüístico y  
social de los estudiantes sordos, mientras que su negación produce exclusión y rezago educativo.  
En línea con lo señalado por Ainscow, Booth y Dyson (2006) podemos afirmar que eliminar las barreras  
lingüísticas es una condición necesaria para garantizar la participación y el aprendizaje de todos los  
estudiantes. La UNESCO (2020) reafirma este principio al señalar que las lenguas deben ser  
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entendidas como recursos para el aprendizaje, no como obstáculos, y que el respeto a la diversidad  
lingüística es esencial para una educación verdaderamente inclusiva y de calidad.  
A pesar de la importancia que tiene la perspectiva lingüística dentro de la educación inclusiva es muy  
común observar su omisión, lo que refleja una visión parcial de la inclusión, que se centra en la  
adaptación o en la accesibilidad, pero no en la transformación profunda del lenguaje. Se tiende a  
asumir el lenguaje como un medio neutro de comunicación, sin reconocer su papel constitutivo en la  
construcción de identidades, relaciones de poder y formas de participación.  
Esto se comparte en la perspectiva axiológica, es decir, se evidencia una desatención al respecto, sin  
tener en cuenta el compromiso ético y los valores que sustentan las interacciones educativas, cuyo  
análisis es el centro de atención del siguiente epígrafe.  
[1] Práctica mediante la cual las personas bilingües o multilingües movilizan de manera integrada y  
dinámica todo su repertorio lingüístico para procesar información, construir significado y participar en  
interacciones comunicativas.  
Perspectiva axiológica de la Educación Inclusiva  
La perspectiva axiológica demanda un profundo compromiso ético y en la Educación Inclusiva implica  
la identificación y concreción de los valores, especialmente la equidad, la justicia social, la participación  
y el respeto por la diversidad y, en cómo dichos valores se traducen en prácticas, decisiones y  
estructuras institucionales.  
Según Booth y Ainscow (2016), la educación inclusiva sólo puede consolidarse si se fundamenta en  
valores compartidos como la justicia, la participación y el respeto a la diferencia. Sin embargo, en la  
práctica, estos principios suelen quedar subordinados a criterios de eficacia o rendimiento, lo que  
contribuye a su invisibilización.  
La inclusión se concibe no como un estado fijo, sino como un proceso dinámico, continuo y orientado  
a la acción, cuya finalidad es transformar los sistemas educativos para eliminar barreras y promover la  
participación plena de todo el estudiantado (Booth & Ainscow, 2016; Ainscow, Booth y Dyson, 2006).  
Estos valores no se limitan al plano declarativo, sino que implican dimensiones operativas: revisión de  
políticas, ajustes curriculares, reorganización de apoyos, creación de culturas colaborativas y  
establecimiento de mecanismos participativos que permitan materializar las aspiraciones éticas de la  
inclusión (UNESCO, 2020; Slee, 2011). De esta manera, la perspectiva axiológica subraya que la  
educación inclusiva requiere acciones intencionales, planificadas y sostenidas que hagan operativos  
los principios de igualdad y justicia en los sistemas educativos, evitando que queden como enunciados  
abstractos sin capacidad transformadora.  
La perspectiva axiológica conlleva una serie de implicaciones directas que deben materializarse en el  
ámbito educativo y que son fundamentales para la organización de la convivencia y la transformación  
de las prácticas educativas para que sean más inclusivas. Al respecto, se requiere colocar un especial  
énfasis en:  
Transformación del diseño y desarrollo de las prácticas pedagógicas, incluidos los  
componentes didácticos que, por lo general, conllevan a prácticas poco atentas a la diversidad  
del estudiantado.  
En ese contexto, el Diseño para el Aprendizaje (DUA) se identifica como una opción crucial con  
capacidad potencial para realizar los cambios sistemáticos requeridos para favorecer la inclusión de  
todas y todos los estudiantes.  
El Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) resulta ser uno de los marcos de acción decisivos desde  
la perspectiva axiológica, ya que traduce valores inclusivos (dignidad, justicia, igualdad de  
oportunidades, participación y reconocimiento de la diversidad) en estructuras y propuestas  
pedagógicas concretas. En este caso, la perspectiva axiológica establece el porqué de la inclusión (los  
valores que la sustentan), y el DUA provee el cómo: los procedimientos, ajustes sistemáticos y  
decisiones anticipatorias que hacen posible la materialización efectiva de dichos valores en la práctica  
educativa.  
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Pilares invisibles de la educación inclusiva: sus perspectivas lingüística y axiológica  
Desde una mirada axiológica, la inclusión implica no esperar a que aparezca la diferencia para  
reaccionar, sino diseñar de forma preventiva entornos de aprendizaje que reconozcan la diversidad  
como norma y no como excepción. El DUA ayuda a diseñar el currículo, los materiales, las actividades  
y las evaluaciones desde el inicio para que puedan ser accesibles, relevantes y significativos para todo  
el alumnado, independientemente de sus estilos de aprendizaje, condiciones culturales, lingüísticas,  
cognitivas o físicas (Meyer, Rose & Gordon, 2014).  
El DUA, sin desestimar los ajustes razonables cuando ellos resulten imprescindibles, objeta un modelo  
reactivo de adaptaciones centradas en el déficit, y en cambio se sustenta en la idea axiológica de  
equidad proactiva: la escuela tiene la responsabilidad moral de prever las diferencias y diseñar  
ambientes que no generen barreras desde el principio. Esto convierte al DUA en una herramienta que  
simboliza valores de justicia social (Nussbaum, 2011).  
Los valores inclusivos se vuelven operativos al revisar y rediseñar: los objetivos de aprendizaje, las  
vías de acción y expresión, las estrategias de motivación y participación, etc.  
De este modo, el DUA operacionaliza la idea axiológica de que todos los estudiantes deben poder  
participar plenamente y aprender según sus posibilidades y preferencias, no según un modelo  
homogéneo impuesto (CAST, 2018).  
El DUA, además, obliga a que el currículo deje de ser una estructura rígida para convertirse en un  
marco flexible, articulado con valores como la dignidad y el reconocimiento de la diferencia. Esta  
reconfiguración no es sólo pedagógica, sino ética: se considera injusto que el currículo excluya,  
invisibilice o limite formas diversas de aprender (Slee, 2011).  
La perspectiva axiológica considera que la inclusión no depende únicamente del docente, sino del  
sistema como una totalidad, de tal forma que el DUA, al requerir rediseño curricular, ajuste de políticas  
escolares, dotación de recursos y colaboración interdisciplinaria, se alinea con este principio sistémico,  
reforzando la idea de que la inclusión es una responsabilidad colectiva y no individual.  
Al permitir múltiples formas de acceso a la información, expresión y participación, se refleja el valor  
axiológico fundamental de que todos los estudiantes son sujetos de derecho, no sólo receptores de  
servicios. Esta postura coincide con los marcos de derechos humanos de la UNESCO (2020).  
Evaluación inclusiva  
Es considerada una implicación indispensable desde la perspectiva axiológica. Es el mecanismo  
mediante el cual los valores de justicia, equidad, dignidad y reconocimiento de la diversidad se traducen  
en prácticas educativas concretas, en contraste con la evaluación tradicional, que resulta homogénea,  
estandarizada y centrada en resultados, lo que contradice los principios éticos que orientan la inclusión,  
ya que reproduce desigualdades y limita la participación de ciertos grupos (Slee, 2011; Booth &  
Ainscow, 2016).  
La evaluación inclusiva asume que valorar el aprendizaje implica reconocer múltiples formas de  
demostrar saberes, garantizar accesibilidad y promover la participación de todos los estudiantes. Por  
ello, la evaluación inclusiva es indispensable para materializar los valores que sustentan la educación  
inclusiva.  
Creación de ambientes seguros y acogedores. Importancia del establecimiento de entornos  
donde todos los estudiantes se sientan valorados y respetados.  
La creación de ambientes seguros y acogedores constituye un pilar de la educación inclusiva porque  
es en estos espacios donde se materializan los valores de dignidad, respeto y pertenencia. Los  
educandos sólo pueden participar plenamente y aprender de manera significativa, cuando perciben  
que su identidad, cultura, lengua y experiencias son reconocidas y valoradas dentro del aula (Booth &  
Ainscow, 2016). Evidentemente, la creación de ambientes seguros y acogedores es indispensable para  
que la educación inclusiva funcione como un proceso transformador que garantice la participación, el  
bienestar y el desarrollo integral de todos los estudiantes.  
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Formación y rol del profesorado.  
Resulta un elemento esencial para la implementación de la educación inclusiva porque son los docentes  
quienes guían la aplicación de los principios de equidad, participación y reconocimiento de la diversidad  
en las prácticas reales dentro del aula. Evidentemente la inclusión no depende únicamente de políticas  
o recursos, sino del desarrollo de competencias pedagógicas, actitudinales y reflexivas, que permitan a  
los docentes identificar barreras, adaptar la enseñanza y promover la participación de todos los  
estudiantes (Ainscow, 2020; Florian & Black-Hawkins, 2011). La formación del profesorado es un  
requisito estructural para que la perspectiva inclusiva se implemente de manera coherente, sostenible y  
efectiva.  
No hay que obviar que tanto en la perspectiva axiológica como en la lingüística el docente se convierte  
en un modelo para los estudiantes, por lo que sus competencias comunicativas, el vocabulario que  
utiliza, sus actitudes y modos de actuación, resultan fundamentales para lograr la construcción de  
escenarios de aprendizaje presididos por el respeto, el reconocimiento y la valoración de la diversidad.  
Colaboración con las familias  
La participación y el trabajo conjunto con las familias son fundamentales en este proceso sistemático de  
inclusión. Resultan ser un componente muy importante del proceso sistemático de inclusión porque  
permite articular la escuela con los contextos socioculturales y afectivos en los que se desarrollan los  
educandos, favoreciendo así una comprensión más integral de sus necesidades, identidades y  
potencialidades.  
Las familias aportan conocimientos esenciales sobre las trayectorias, experiencias lingüísticas, formas  
de comunicación y estilos de aprendizaje de sus hijos, información que resulta clave para eliminar  
barreras y diseñar apoyos pertinentes (Booth & Ainscow, 2016; UNESCO, 2020). Además, la  
participación familiar fortalece la corresponsabilidad educativa y contribuye a construir entornos más  
democráticos, donde las decisiones pedagógicas se toman desde el diálogo y el reconocimiento mutuo.  
Como señala Ainscow (2020), la inclusión se sostiene mediante redes de colaboración, y la familia es  
uno de los actores más influyentes en el bienestar y la participación del alumnado. Por ello, el trabajo  
conjunto con las familias no es un complemento, sino un requisito estructural para consolidar prácticas  
inclusivas coherentes, contextualizadas y sostenibles.  
En síntesis, la perspectiva axiológica reafirma que una educación verdaderamente inclusiva sólo puede  
consolidarse cuando las prácticas se alinean coherentemente con estos valores, transformando la  
escuela en un espacio donde cada estudiante sea reconocido, valorado y participe plenamente.  
Asimismo, este compromiso ético debe extenderse también a las actividades y experiencias  
extracurriculares, garantizando que todos los ámbitos de la vida de las personas reflejen y fortalezcan  
dichos valores y se proyecten más allá de lo estrictamente académico.  
CONCLUSIONES  
El examen de las perspectivas lingüística y axiológica de la educación inclusiva permitió confirmar el  
reconocimiento de la importancia del papel del lenguaje, de los valores y del compromiso ético en la  
creación de entornos educativos inclusivos y en la construcción de una realidad educativa que, basada  
en el respeto, la participación y la igualdad, celebre la diversidad y se nutra de su riqueza.  
En ese sentido, la síntesis elaborada y las reflexiones realizadas a partir de la revisión de literatura, son  
coherentes con los argumentos de autores como Ponce Díaz y Riveros Diegues (2021) que sostienen  
que la valoración consciente y estratégica del lenguaje es fundamental para impulsar la construcción de  
ambientes educativos genuinamente inclusivos y equitativos.  
La referida valoración consciente del lenguaje se encuentra estrechamente relacionada con la  
perspectiva axiológica y ética de la educación inclusiva, que se sustenta en los valores y en el  
compromiso de todas y todos en la comunidad educativa y en la sociedad por ponerlos en práctica.  
Justamente en este ámbito, en el que es indispensable lograr que lo invisible se manifieste en nuestras  
expresiones y comportamientos, se identifican los principales desafíos y necesidades de materialización  
de los fundamentos y reflexiones reflejados en este artículo.  
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Vol. 13 No.3, ISSN 1390-9789, diciembre, 2025  
Pilares invisibles de la educación inclusiva: sus perspectivas lingüística y axiológica  
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